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MIS RELATOS CORTOS


1.La crisis. O de cómo el desempleo de un amigo cambió mi vida.
Un buen día los caminos de Pedro y el mío se cruzaron y desde entonces vivimos juntos en su pequeño piso, un cuarto sin ascensor. Sobrevivo gracias a su caridad, que le gratifico con mi fiel amistad.
Cuando el se marcha a su estresante trabajo de repartidor de paquetería, yo me quedo solo en casa. Me dedico a mirar por la ventana y cuando me aburro, pienso en la suerte que tiene mi hermano al ocuparse de la vigilancia de una fabrica textil. Tiene carácter para eso.
Desde mi atalaya puedo ver la casa con jardín que hay justo delante. Se trata de una bonita morada de madera con tejado rojo. Su inquilino pasa las horas sentado a la puerta disfrutando del sol. Un tipo con suerte, que es agasajado por una viuda rica.
En ocasiones, cuando Pedro vuelve, damos un largo paseo por el barrio y pasamos por delante de la casa con tejado rojo. Mi amigo parece ignorarlo, en cambio a mi me produce congoja ver a su ocupante, con ese aire de suficiencia y de perdonavidas. Creo que sabe que lo observo todos los días.
Hoy ha regresado con el semblante abatido y aunque he intentado reconfortarle, no he evitado que las lágrimas brotaran a sus mejillas. Lo despidieron del trabajo y se sentía desesperado. Por la noche habló por teléfono con sus padres y cuando dejó de hacerlo, me miró con una expresión que nunca olvidaré.
Ahora vivo en un lugar con cerrojos, abarrotado y bullicioso. Pedro se marchó con sus progenitores y yo no entraba en esos planes. En ocasiones recuerdo mi ventana y las cosas que desde allí se veían. De la suerte del inquilino de la casa de madera con tejado rojo, de su precioso jardín, de la viuda rica que lo atendía en exclusiva.
Para mi todo había cambiado. Ironías de la vida pensaba. Aunque quizás se debiera a que el es un Snaucer y yo un simple chucho.

Juan Carlos Núñez.



      2. Vaso

Rodeado por mi mano, creyendo en tu simple cuerpo sin cantos, sin rebordes salvajes que me confundan, que me hagan relegar de tu diáfano tacto. Tan sólo la sensación de calor o frío, dependiendo del relleno de tu alma, siempre dispuesta a saciarme. En ocasiones, me gusta oír el tintineo de la cuchara animándote y también los trozos de hielo acariciándote. Se de tus formas alargadas, redondeadas y semejantes.
Y si me abandonas para siempre, en un estruendo doloroso equivalente al corazón roto en mil pedazos por el desamor, tan sólo me queda la dicha de tu remplazo vertiginoso, que por fortuna me hace concebir que no me has dejado solo y que puedo otra vez sentir la alteración que sólo mi mano y tú conocéis. Bueno, también mi boca.


 Juan Carlos Núñez



 3. Desagravio
 
Se sentó.
-¿Cómo has sido capaz?
-Me da igual lo que pienses.
Se sentó junto a él.
-¿Por qué?
-Te pago con la misma moneda.
-Estás borracho.
-Estoy celebrándolo.
-Pensaba que no hablabas en serio.
-Tú nunca me tomas en serio.
Él no quería moverse, pero ella le rodeó con su brazo.
-¿Qué bebes?
-Whisky – Levantó el vaso y apuró su contenido de un trago.
-¿Puedo beber contigo?
Él se encogió de hombros y sirvió dos vasos.
-¿No te ha visto nadie?
-Espero que no.
-¿Y las cámaras de la sala?
-Me ocupé de eso antes.
-¿Sabes que puedes ir a la cárcel?
-Soy un estúpido.
-Has estropeado la exposición.
-No dramatices. Tan sólo ha sido un cuadro de una niña montada a caballo.
-¡Un cuadro de Zuloaga!
La mujer le miró con cautela, como si temiera haber gritado en exceso y él estuviera reprimiendo sus deseos de arrojarle el contenido del vaso a la cara.
-Me pareció el más apropiado.
-Desde luego. Mickey junto a “La Oterito en su camerino”, resultaría aún más extravagante.
-¿Te refieres al cuadro del desnudo?
-Si.
-Quise pintarle a Bugs Bunny, pero dos conejos en el mismo cuadro…
Entonces ella comenzó a reírse, mientras él llenaba los vasos de whisky.

J.Carlos Núñez.


 4. Extracto de un texto que escribí en el Taller de Literatura de la UJI


Esta vez consiguió sentarse justo detrás. Desde ahí pudo observarla sin tener que esconder su mirada. El sol de la mañana provocaba en su pelo destellos dorados que la hacían irreal y aún más inaccesible. Su perfume era de jazmín y pensó que su nívea piel no merecía otro olor. Se había instalado en su vida como un placebo transitorio a su soledad controlada. Durante los veinte minutos que duraba el trayecto hasta la parada de la calle Sardenya, donde ella se bajaba, le gustaba suponer su vida, sus anhelos, con que personas se relacionaría y sobre todo que voz tendría.
El autobús frenó y la mujer se apeó desapareciendo tras la esquina, como todos los días. Gerard reconoció que no le importaría tener una aventura con ella. Un encuentro efímero, un instante en el que poder acariciarla y oír su voz. Nada perdurable, nada que le encadenase a una relación más allá de las primeras sensaciones, esas que no duelen, las que dejan huella pero no herida.

Juan Carlos Núñez.



5. Alegorías.

Tras la jubilación, Matías, Antonia y su hermano Juan, consagraban el tiempo que no dormían en ver la televisión sentados en el sofá. Un verano, su sobrina les pagó un viaje a Benidorm, con la sana intención de que escaparan por unos días de su reclusión voluntaria. Para ellos fue un verdadero suplicio. Juan padeció una insolación, a María le atracaron al salir del supermercado y para colmo a su regreso perdieron el autobús en el área de servicio de Albacete, acabando el viaje en taxi.
Ahora se limitaban a ver la televisión. Sólo los anuncios y sin voz. Escapando de lo que ocurría en el exterior de su confortable y seguro saloncito. Con la luz apagada, quedaban sumergidos en un mundo de coches fantásticos, hamburguesas con sonrisas de payaso, cuerpos esculturales, cremas depilatorias, viajes a buen precio y todo lo que el universo de la publicidad les ofrecía. Un mundo mágico, sin atracos, sin dolencias, sin contratiempos.
Las tinieblas del saloncito, era profanadas por los súbitos cambios de imagen que la pantalla de 36 pulgadas les ofrecía. Matías caviló que aquello no debería ser bueno para la vista y tras un intenso debate, decidieron confeccionar unos cucuruchos hechos de cartón y forrarlos de papel de aluminio. En ellos, la luz de la televisión se reflejaba, destellando intermitentemente el cubil. Igualmente, la iluminación de la farola de la calle proyectaba sus puntiagudas siluetas sobre la pared, consolidándoles en su unión televisiva, sugestivamente anclados al sofá.
Para los vecinos su actitud era poco menos que extraña, digna de análisis. Alguno incluso, llegó a insinuar entre risas que si Platón viviera, mitificaría su conducta de forma filosófica.

Juan Carlos Núñez.


DEL TALLER DE ROSARIO

Por cinco minutos.

Lanzó el dado como un dardo contra la puerta de la iglesia. Se encontraba rabioso. Su solicitud había sido rechazada en un completo desprecio a la igualdad.
Antes, en la taberna, se había mostrado más impertinente que de costumbre y todos lo advirtieron enseguida. Sobre todo Jeremías, que discutió con él en la última jugada y fue el primero en negarse a que arrojara de nuevo el dado sobre la mesa. Solicitó otra oportunidad al ver como su tirada quedaba desbaratada, cuando el punteado cubo, desafiando a las mismísimas ranas, saltó por la mesa varias veces hasta caer al suelo. Su amigo se opuso de lleno, alegando una excusa ridícula.
No era preciso que todos le recordasen que tenían una cita en la sacristía con el párroco a las siete. Lo sabía, pero consideraba que gozaban de tiempo suficiente como para que hubiera intentado una bonita jugada. Tan sólo se trataba de dilatar el juego un poco más.
-¡Por cinco minutos!-, repetía en voz alta, mientras recogía del suelo el malogrado dado.
Unas "manos" anteriores, Miguel lo había lanzado dos veces seguidas y nadie se había resistido. Y sin embargo con él habían hecho una piña de negación.
-¿Acaso no tenía los mismos privilegios?-, se preguntaba.
-¡Por cinco minutos!-, redundaba entre dientes.
Un soplo de aire helado le rozó la nuca y se subió el cuello del abrigo para cubrirse. Caminaba con una mano en el bolsillo y la otra balanceándola de forma castrense sobre el pecho, adivinándole el dado apretujado entre los dedos. Un pinchazo en el pulgar le descubrió el afilado corte que había resultado de quebrarse la porcelana en su guiado impacto contra la puerta de madera.
-Por cinco minutos. ¡Que hijos de puta!-. Airaba.
Aceleró los pasos al ver las banderas del Ayuntamiento desde el umbral de la empinada calle.
-¿No soy igual que Miguel?-. Sondeaba apesadumbrado.
-Por cinco asquerosos minutos-, indicó con amargura. -¡Ahora son ellos los que esperan al cura!-. Sentenció.
Al alcanzar la entrada del edificio, se dirigió al alguacil y sacando la mano que cobijaba en el bolsillo del gabán, le dijo: -Vengo a entregarme. Acabo de matar a tres amigos en la taberna.
El hombre se encogió dentro de su almidonado uniforme azul, mientras observaba perplejo la ensangrentada navaja que le mostraba.
La noticia había corrido como la pólvora y en poco más de media hora, un grupo de vecinos se agolpaba a las puertas del Consistorio. Al alcalde, no le quedó mas remedio que abandonar su despacho para intentar apaciguar los ánimos de la muchedumbre.
-No voy a consentir ningún disturbio-, indicó alzando la voz para que todos le oyeran.
-¡Queremos justicia!-, exigió uno.
-Ésto se veía venir-, aseguraba otro.
-Era una cuestión de tiempo-, expuso un tercero.
En el pueblo todos conocían el desequilibrio emocional que sufría Juan Manuel desde que su mujer le hubiera abandonado por un comerciante de la capital. Su carácter agrio, sus salidas de tono, y esa peculiar forma de dirigirse a los demás, le señalaban como una persona claramente inestable.
El homicida, aparentemente calmado, esperaba sentado en la silla del vestíbulo a que llegara la Guardia Civil. El que lo custodiaba no le perdía ojo, visiblemente desbordado por la situación y ansiando ser relevado en su inesperado cometido.
Mientras, en la calle los ánimos se enardecieron cuando un lugareño señaló: -Ha sido por una partida de dados-. Fue entonces cuando el gentío escupió una andanada de improperios y el ambiente se crispó de tal manera que, ni los conciliadores argumentos del Alcalde lograban sosegarlo.
Las nubes que se habían estado formando amenazantes durante toda la mañana, comenzaron a desprenderse del agua acumulada como queriendo unirse al trágico suceso y en un instante la calle quedó empapada. Aún así, nadie se movió.
Un trueno sonó y todos callaron por un momento. Suficiente como para que se oyese un rumor que, a modo de soniquete, rezumaba desde el vestíbulo; -Por cinco minutos... Por cinco minutos... Por cinco minutos...
 
Juan Carlos Núñez Mateo.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Tus relatos cortos me han gustado mucho. Sobre todo el titulado "Por cinco munutos".

Anónimo dijo...

CONTINÚA ESCRIBIENDO LUCHADOR DE FONDO, DA IGUAL EL TAMAÑO DEL TEXTO, LO QUE IMPORTA ES QUE TU ALMA BARNICE LAS PALABRAS HASTA EL ÚLTIMO ACENTO.SUERTE Y DISFRUTA ESCRIBIENDO PARA QUE OTROS LO HAGAMOS LEYENDO.R.C.

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho la descripción del vaso. Sigue así........

Carol.

Anónimo dijo...

He acabado la novela y me ha gustado bastante. Aunque me ha parecido corta. Sigue así.

Roberto G.

Anónimo dijo...

Chico me has sorprendido con tu novela. No sabía de esa faceta tuya. En serio me ha gustado muchisimo. Fué empezarla y no parar hasta el final.
Juan M.

Anónimo dijo...

LA NOVELA ME HA GUSTADO Y AHORA QUE HE LEIDO LOS TEXTOS DE TU BLOG, CREO QUE VALES PARA ESTO. ANIMO Y UN ABRAZO.

MARIA HORTELANO.

Anónimo dijo...

He leido la novela y me ha gustado. Se nota la "deformación profesional", y eso también me ha gustado. Sé que estás con otra entre manos. Seguro que estará muy bien.
Un abrazo desde Torrevieja.

Cuko.

Anónimo dijo...

Animo Juan Carlos, tienes talento para escribir. La novela muy entretenida. Un saludo.

María González